Al sur de la isla griega de Samos se encuentra el mar Icario. Cuenta la leyenda que ahí es donde murió Ícaro, víctima de su orgullo desmedido. Su padre, Dédalo, era un hábil artesano. Condenado a prisión por sabotear la obra del rey Minos, captor del Minotauro, Dédalo concibió un brillante plan para escapar, que describe el mito que nos contaron cuando éramos pequeños. Elaboró unas alas para él y otras para su hijo. Tras asegurar las plumas con cera, emprendieron la huida. Dédalo advirtió a Ícaro de que no volase demasiado cerca del Sol pero, extasiado por su maravilloso don para volar, Ícaro desobedeció y voló demasiado alto. Todos sabemos lo que sucedió a continuación. La cera se derritió e Ícaro, el amado hijo, perdió las alas, cayó al mar y murió.
Lección que se extrae del mito: no desobedezcas. No creas que eres mejor de lo que eres y, sobre todo, jamás pienses que tienes la capacidad de hacer lo que podría hacer un dios. Lo que no te han contado del mito es que, además de decirle a Ícaro que no volase demasiado alto, Dédalo ordenó a Ícaro que no volase demasiado bajo, demasiado cerca del mar, porque el agua podría echar a perder la fuerza propulsora de sus alas. La sociedad ha alterado el mito animándonos a olvidar esta última parte y ha creado una cultura en la que nos recordamos constantemente los peligros de alzarse, destacar y romper el orden. El orgullo se ha convertido en un pecado capital, pero se ha ignorado un defecto mucho más común: conformarse con demasiado poco. Es mucho más peligroso volar demasiado bajo que demasiado alto. Nos conformamos con expectativas modestas y sueños insignificantes, y nos prometemos menos de lo que somos capaces. Al volar demasiado bajo somos injustos, no solo con nosotros mismos, sino con aquellos que dependen de nosotros o que podrían beneficiarse de nuestro trabajo. Estamos tan obsesionados con el riesgo que conlleva brillar con fuerza que hemos dado a cambio todo lo que nos importa para evitarlo.
El camino que se nos ofrece por delante no es ni la estupidez temeraria ni la sumisión ciega. No, el camino que se nos ofrece es ser humanos, crear “arte” como decía el emperador Marco Aurelio, y volar mucho más alto de lo que se nos dijo que era posible. Hemos construido un mundo en el que es posible volar más alto que nunca, y lo malo es que, a pesar de ello, nos han hecho creer que debemos volar más bajo que nunca. Marco Aurelio legó uno de los grandes testimonios de sabiduría práctica en sus famosas Meditaciones. Para los estoicos era fundamental llevar una vida de significado, la cual se resumía en desarrollarnos a nosotros mismos y ayudar a otros, y de esta manera contribuir al mundo, y cualquier resistencia a este propósito inherente de nuestra naturaleza es una negación de uno mismo y una falta de amor propio. Marco Aurelio recuerda que:
“Las personas que realmente están poseídas por lo que hacen, prefieren dejar de comer y dormir a dejar de practicar su arte.”
Como nos recordaban estos sabios filósofos, somos un pedacito de divinidad, tenemos ese poder, por lo que desempeñemos de la mejor manera posible el papel que nos ha tocado en esta obra de teatro llamada vida. La dimensión laboral, al fin y al cabo, es nuestra manifestación en el mundo, es la manera en que nos desarrollamos, en la que aportamos, en la que servimos, en la que contribuimos en la comunidad, es nuestra manifestación más pura de quienes somos y lo que podemos hacer al mundo. Y eso no es otra cosa que a lo que se referían cuando hablaban de vivir acorde a la naturaleza.
El arte es amenazador porque siempre te obliga a salir de tu zona de confort y a adentrarte en lo desconocido. Lo desconocido es un vacío oscuro, el lugar en el que puede producirse un fracaso, pero también hay que decirlo, puede producirse un éxito. Nadie te ha enseñado a crear arte. Hay numerosas corrientes de pensamiento, como el estoicismo, que se centran en lo que supone desafiar los miedos y crear algo que valga la pena, que cambie a las personas. Si decides que es importante comenzar a crear, lo primero que debes hacer es desafiar tu marco de pensamiento, la visión del mundo que tienes. El arte no es un resultado, es un viaje. El reto de nuestros tiempos consiste en encontrar un viaje digno de tu corazón y tu alma. Tú y solo tú tienes el poder de influir en los demás y marcar la diferencia. Debemos hacer lo posible por hacer de este sitio un lugar mejor. Y tú, ¿hasta dónde quieres volar? ¿Estás dispuesto a hacerlo cerca del Sol? Emprende el camino de los dioses, no se trata de un precipicio ni de un abismo, es un camino que se recorre paso a paso. Salta al vacío, pase lo que pase, el viaje habrá merecido la pena.

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