Alejandro III de Macedonia es uno de los líderes que más destacan en la historia universal. Con un reinado que no alcanzó a cumplir los trece años, le fue suficiente a este personaje para labrarse un legado que resuena hasta nuestros días. Alejandro Magno se convirtió en Emperador de la mayor potencia mundial hasta la fecha y fue apodado como el “gran conquistador”; pero ni su gran talento, ni sus enormes logros, ni tan siquiera su inacabable vitalidad impidieron que a sus 33 años de vida, la muerte viniera a reclamarle.
Antes de marchar, Alejandro Magno realizó sus tres últimas peticiones: Que su ataúd fuera cargado por los mejores médicos de la época, que los tesoros que poseía fueran esparcidos por el camino hasta su tumba y que sus manos quedaran fuera del ataúd y a la vista de todos. Sus generales, tan sorprendidos como poco convencidos al respecto, le preguntaron acerca de los motivos para ello. Alejandro respondió:
“Quiero que los mejores médicos carguen con mi cuerpo para mostrar que ni los más sabios pueden vencer a la muerte.”
“Quiero que todo el suelo que recorramos hasta mi tumba sea cubierto por mis tesoros, para que todos puedan ver que los bienes materiales que aquí se conquistan, aquí se quedan.”
“Quiero que mis manos queden fuera del ataúd para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías y nos vamos con las manos vacías.”
Vienes sin nada, te vas sin nada. Recuerda que la muerte te acecha, déjate de tonterías, quejas y críticas y aprovecha el viaje dedicándote a lo verdaderamente importante. Vienes sin nada, te vas sin nada. Bueno, no del todo, te llevas puesto todas las experiencias vividas, todo el amor dado y recibido, todas las enseñanzas impartidas y aprendidas, todo el bien realizado a los demás. La vida te espera; aire fresco, naturaleza, personas llenas de vida y entusiasmo con las que compartir y disfrutar del camino. Las verdaderas riquezas te rodean, solo tienes que estirar la mano para cogerlas.
Como nos dirían los sabios estoicos, si la vida nos añadiera otro día mañana recibámoslo alegres, pues es muy feliz aquella persona segura de sí misma que aguarda el mañana sin temor. Recuerda el morir para acordarte del vivir. Ser conscientes de nuestra fragilidad física y de que podemos esfumarnos en cualquier momento nos hace valorar el tiempo que vivimos y lo que vivimos. Los estoicos eran muy conscientes de esto y por ello se repetían tanto y tenían tan presente el Memento Mori. Marco Aurelio escribía para sí mismo en su diario personal:
“Un hombre no debería tener
miedo a la muerte,
debería tener miedo a
no empezar nunca a vivir”.
Reflexionar sobre nuestra muerte nos da perspectiva y sentido de urgencia. Nos hace valorar más nuestro tiempo y desperdiciarlo menos en entretenimientos vacíos. La inminencia de la muerte nos concentra en lo esencial y nos permite apreciar el momento actual. La muerte no vuelve inútil la vida; la dota de propósito. Y por fortuna, no tenemos que vernos cerca de ella para aprovechar esa energía.
Como decían los estoicos, la única condición con la que vienes a esta vida es con la que te marcharás de ella algún día. Es el peaje que debemos pagar por semejante regalo, gracias al cual, cuando conseguimos alcanzar plena consciencia sobre ello, la vida se vuelve más bella, ya que su inherente fugacidad y su innegable destino constituyen el mejor de los recordatorios e incluso deber para vivir con alegría y vitalidad cada día. Cada amanecer, cada tropezón en el camino, cada muestra de cariño, cada nuevo aprendizaje. Exprime hasta el último minuto de este maravilloso viaje y hazlo con consciencia y acompañado por las 4 virtudes cardinales del estoicismo: Sabiduría, Justicia, Coraje y Templanza. Memento Mori.
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